La geografia parece haberse puesto de acuerdo con la historia para hacer de Asturias ese reducto en el que Pelayo resistió los embates de los musulmanes y donde brotaron los primeros y victoriosos impetus de la Reconquista. "Para entrar en el alma de Asturias -dijo Ortega y Gasset-, como para entrar en su tierra, un castellano tiene que pasar por los puertos de la cordillera cantábrica. ¡Leitariegos, Pajares, Piedrafita, el Pontón, Pan de Ruedas! Son los puertos, lector; lugares sublime, majestuosos de prócer soledad. No son león-Castilla, no son Asturias. Son sitios para elegir entre lo uno y lo otro. Desde ellos se divisan a ambas manos los paisajes totalmente diversos que guardan, como la vaina su espada, dentro de sí predispuestas dos maneras de vivir, dos modos distintos y antagónicos de decir sí a la existencia"

 

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Monumento Erigido en Covadonga a Don Pelayo

Asturias es la consagración eterna de lo verde. Los múltiples matices de este color parecen abarcarla totalmente: montaña, valles. bosques. La humedad oceánica, común a toda la España abierta al Cantábrico favorece el paisaje y la vegetación.

Al verdor hay que unir una orografía en la que la verticalidad de las cumbres cantábricas se mezcla con la suavidad de las montañas viejas y la individualidad de los valles. Un paisaje diverso y unitario, como la propia Asturias, plural, pero a la vez única. Este pequeño y antiguo reino está situado al norte de la Península Ibérica, entre los ríos Eo y Deva, que lo separan de Galicia y Cantabria y ocupa una extensión de 10,564 kilómetros cuadrados.

 

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