Según la tradición, Pelayo -elegido rey
en el mismo campo de batalla- recibió el aliento de la Virgen, que se apareció a los
combatientes cristianos en el mismo punto donde actualmente está emplazado el santuario
de Covadonga, vocablo que significa Cova-longa o Cueva-larga. La tradición indica
asimismo que, ya antes de la invasión árabe, se rendía culto a la Virgen en esta gruta,
que se abre en una elevada roca, por debajo de la cual se precipita un torrente, que
primero se remansa en el Pozón y más tarde deviene riachuelo. A la izquierda de este
torrente hay una fuente cuyas aguas tienen, según la leyenda popular, la propiedad de
propiciar felicidad y matrimonio a quienes las beben.
La popular imagen de la Santina -talla del siglo XVIII- preside la Santa Cueva, a la que
se accede por una escalera de más de cien peldaños -que muchos peregrinos suben de
rodillas - o a través de un túnel excavado en la roca, en cuyo extremo se hallan las
tumbas de Palayo y de Alfonso I.
Al pie de la cueva aparece la colegiata de San Fernando, de cuyo primitivo edificio no se
conserva más que el claustro. La moderna basílica empezó a construirse en 1877 y fue
inaugurada en 1901.
El tesoro, del que destacan las coronas de la Virgen y del Niño, se conserva en el museo.
La imagen de la Santina, a la que los asturianos llaman afectuosamente su Virgen, es de
madera policromada y debe su cariñoso sobrenombre a su tamaño, que es más reducido que
el habitual en este tipo de imágenes. Así lo dice la copla popular:
La Virgen de Covadonga
es pequeñina y galana.
Ni que bajara del cielo
el pintor que la pintara.
Covadonga es centro de
nutridas peregrinaciones procedentes no sólo de Asturias, sino de los más diversos
puntos de la piel de toro hispánica. El paraje en que está emplazado el santuario es de
una gran belleza. Se trata de un lugar escarpado, agreste, de irrepetible estructura
natural.
En la explanada de la basílica se alzan el seminario, la casa de ejercicios, la sala
capitular, las modernas residencias de los canónigos, hoteles para turistas y los
servicios de Turismo y de Correos.
El centro de la plaza aparece señoreado por una estatua del intrépido Don Pelayo, obra
del escultor Zaragoza
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